Quizás uno de los mejores especiales de Halloween que han hecho Los Simpsons (Treehouse of Horror V, 1994), y con homenaje a «El Resplandor» incluido.
En la película original, Jack Torrance (Jack Nicholson) pierde la cabeza mientras intenta escribir su gran novela. Inmerso en el más profundo aislamiento sólo puede escribir «no por mucho madrugar amanece más temprano» (All work and no play makes Jack a dull boy en la versión original).
Homer Simpson también pierde la cabeza… Cuando se queda sin TV por cable y sin cerveza. Yo la perderé el día que me quede sin móvil.
Se conoce como nomophobia, y literalmente es el miedo a no tener móvil. La Nomophobia (abreviatura de no-mobile-phone phobia, nomofobia en español), dependiendo de la fuente, es un miedo que sufrimos entre el 35 y el 53% de los usuarios de teléfonos móviles. Una encuesta en Reino Unido eleva el porcentaje a 85%, subiendo hasta el 98% en el caso de las mujeres.
Esta dependencia del móvil es tan absurda que no lo apagamos nunca, no nos alejamos más de unos metros del dichoso aparato y tenemos una angustia irracional a quedarnos sin batería.
Yo hasta he tenido sueños (ejem, pesadillas) en las que no tengo cobertura o me quedo sin 3G. Puede parecer una banalidad, con tantas cosas que suceden en el mundo que son mucho más importantes, pero el miedo es real.
Mi caso no es de los más graves (ni yo me lo creo), pero la dependencia del móvil se ha convertido en un fenómeno social, máxime con la llegada de los smartphones. Ya no es sólo cuestión de tener un aparato para hacer y recibir llamadas, es que también es el almacenamiento de todas nuestras fotos, de la agenda y el correo electrónico. Es nuestro punto de conexión con el mundo, a través de whatsapp o de las redes sociales; por no decir con el trabajo y la oficina. Es nuestra memoria virtual, porque ya no me sé ningún número de teléfono. Yo, que en mis mejores tiempos sabía de memoria el fijo de todas mis amigas. A día de hoy, no me sé ni el de mi casa.
De momento, la nomofobia no está catalogada como trastorno psicológico, pero que me lo cuenten a mi, tras el síndrome de abstinencia que sufrí la última vez que me dejé el móvil en casa.
Mi necesidad de estar continuamente conectada y localizable tiene un origen racional: tengo niños, y cuando eran más pequeños necesitaba saber que me podrían contactar en cualquier momento, en caso de emergencia. Luego vas sumando «necesidades de conexión»: correo electrónico de la oficina en el móvil y número móvil de trabajo, para estar localizable… aunque no sea una emergencia. Añade las apps con alertas para avisarte cada vez que alguien te escribe algo en Facebook, Twitter o Whatsapp y ya el cóctel molotov está completo.
Parece que precisamente en este tipo de aplicaciones de mensajería instantánea radica el aumento de la nomofobia, sobretodo en los más jóvenes. Veo niños de 12 años que ya llevan móvil y se me ponen los pelos de punta. ¿Para que narices quiere un móvil un niño de esa edad? Como en la mayoría de los casos, para mil cosas diferentes, pero no para hablar por teléfono. Yo todavía puedo justificar mi uso del móvil como medio para no perder el contacto con mi familia, con mis amigos, con el trabajo. Pero más allá de un uso intensivo del móvil, ¿qué nos lleva a sentir nomofobia? Como yo lo veo, se basa en una necesidad real: la de comunicarnos. Pero comunicarnos de verdad.
Hacemos esfuerzos por encajar, cuando nada a nuestro alrededor parece ser la horma de nuestros zapatos. En este mundo cada vez más conectado, muchas veces nos sentimos increíblemente solos. Ahora mismo no puedo evitar recordar una frase pronunciada por Robin Williams en una de sus películas, que ha saltado mucho tras la noticia de su muerte:
«Solía pensar que lo peor en la vida era terminar solo. No es así. Lo peor en la vida es terminar con gente que te hace sentir solo «
Es una suerte entablar una conexión con alguien que nos entienda, que nos escuche. Y debe ser un regalo mutuo, porque si queremos que nos escuchen, también debemos escuchar. Acercarnos a los demás implica que también dejemos que los demás se acerquen a nosotros.
Es hora de quedar a tomar un café o una caña.
Dicen que el primer paso para superar una adicción es reconocerla… Supongo que hoy lo he dado.