De todas las teorías conspirativas, la única que me gustaría que fuese realidad es la del Área 51. Pero si los gobiernos suelen ser tan ineptos guardando secretos, supongo que creer que los alienígenas han pisado la tierra seguirá siendo argumento de película o serie de ciencia ficción, pero no una demostración de la capacidad organizativa de un país para esconder aquella información que prefieren no hacer pública.
Ojalá existiese una sociedad secreta que moviese los hilos del mundo… creo que eso sería más fácil de aceptar que reconocer nuestra incapacidad para elegir a nuestros gobernantes. Porque, sinceramente, ¿no dormiríamos mejor pensando que los Illuminati han puesto a Donald Trump de Presidente? Yo, desde luego, estaría más tranquila. Así por lo menos me quitaría de encima el peso de saber que nuestras propias decisiones nos están avocando irremediablemente a la destrucción del planeta. Sería más fácil pensar que no hay nada que ninguno de nosotros pueda hacer, porque otros, en algún lugar privilegiado, ya han decidido por todos los demás.
La realidad es que nos gustan las teorías conspirativas porque nos liberan de la responsabilidad de hacer algo por mejorar el mundo en el que vivimos. Nos quitan el peso de reconocer nuestro propio fracaso como seres humanos.
Me quedaré con esta reflexión. Una frase atribuible a muchos, desde Kennedy hasta Obama:
Si no soy yo, entonces ¿Quién?
Si no es ahora, entonces ¿Cuándo?
Y para quitarle un poco de hierro al asunto, cierro con mi frase favorita de la película «Dodgeball» (titulada en España como «Cuestión de pelotas»):
I guess if a person never quit when the going got tough, they wouldn’t have anything to regret for the rest of their life.
Supongo que si una persona nunca renuncia cuando las cosas se ponen difíciles, no tendrá nada que lamentar el resto de su vida.