En marzo de 2016 escribí un post que titulé «Conciliar en tiempos revueltos«. En aquel post hablaba de los retos que suponía -por aquel entonces- una verdadera conciliación de la vida personal con la actividad laboral.

Cuatro años más tarde -y en medio de una pandemia que ha reventado todos los planes estratégicos, los paradigmas sociales y la mitad de los modelos de negocio- lamento decir que la cosa no mejora… no solo se mantienen los mismos retos de entonces, se nos suman unos nuevos: clases on-line, desconexión digital (ausencia de) y una nueva crisis económica a la vuelta de la esquina, por nombrar algunos.
Una persona a la que quiero muchísimo me dijo una vez que nos damos cuenta de que ya hemos superado la última crisis cuando en las noticias nos avisan que viene la siguiente…
– … ¿es que ya no estamos en crisis?
– yo pensaba que si, pero parece que no…
Como ha sucedido para todos, en mi familia el confinamiento supuso todo un esfuerzo de coordinación y compromiso:
- El mismo día que el Gobierno anunciaba el primero de una serie de estados de alarma, a mi marido le informaban que era despedido. Sin preaviso y sin indemnización. Lleva 3 semanas en una nueva empresa. (para otra ocasión dejo la odisea de tramitar el paro con todas las dependencias oficiales cerradas y sin firma/DNI digital.)
- Mis dos adolescentes empiezan a recibir clases on-line… con la errónea creencia de que esto va ser un paréntesis de dos semanas. La directriz oficial es que NO se adelantaría temario, solo se reforzaría lo que ya estaba dado. Aquella directriz finalmente cambió porque lo que iba para dos semanas finalmente se extendió hasta el final del curso.
- Yo era la que mejor panorama tenía por delante: con un puesto de trabajo que ya estaba preparado para trabajar en remoto, con todas las herramientas necesarias a mi disposición (ordenador, móvil, conexión a internet, entorno de colaboración online…) y con la tranquilidad del respaldo de una empresa que seguía demostrando su compromiso con el capital humano. No por nada dejamos hace mucho de hablar de recursos humanos y empezamos a hablar de personas y organización.

Llegó el confinamiento en todo su esplendor y con ellos jornadas maratonianas de trabajo. Las dinámicas tradicionales pronto se verían reemplazadas por otras, más ágiles -si-, pero también más demandantes. Empezamos a hablar de nuevas formas de trabajar, de entorno de trabajo digital, de mindset agile y de otro estilo de liderazgo. De repente la presencialidad ya no tuvo ningún sentido; y la confianza, la delegación y la entrega de valor adquirieron una nueva dimensión.
Y todo eso en paralelo con dos adolescentes que de la noche a la mañana debían aprender a gestionar un buzón de correo electrónico con mensajes superpuestos, algunas veces contradictorios y otras, incompletos. De un día para otro empezaron a usar una nueva plataforma de aprendizaje, a marchas forzadas comprendieron que el profesor ya no estaba encima de ellos para asegurar que tomaban apuntes y tuvieron que cambiar su propio mindset de cómo aprender y relacionarse. Los profesores hicieron un esfuerzo titánico de coordinación e innovación, pero esto también les pilló tan fuera de base como a los demás y con los mínimos recursos disponibles.
El verano nos daría tregua y el optimismo (¿o la ingenuidad?) nos hizo pensar que la vuelta al cole sería la vuelta a la normalidad. Pensamos que lo único nuevo, en esa nueva normalidad, serían las mascarillas en clase o en la oficina… pero el panorama de este fin de año es muy diferente.
Mis adolescentes van a clase días alternos y los días que están en casa se conectan desde sus habitaciones. Somos privilegiados: cada uno tiene su propio ordenador, con cámara web y sistema de audio. Conexión a internet con fibra óptica. No tienen excusas. Pienso en todas las familias que tienen que hacer malabares porque sólo hay un ordenador (o ninguno) en casa para 3 personas.
Mi marido tiene trabajo, 100% teletrabajando. Yo voy a la oficina días alternos. Puedo organizarme, intercambiar un turno o quedarme teletrabajando si surge una eventualidad. Miles de personas no tienen ese lujo. Las jornadas de trabajo siguen siendo maratonianas, a veces sentimos que no hay desconexión, otras veces nos sentimos sobrepasados por una logística diaria que es totalmente diferente a la que habíamos vivido los últimos 17 años (desde que tenemos hijos). No nos podemos quejar, tenemos trabajo y lo podemos hacer desde casa. Lo peor del golpe a la economía nacional está por llegar.
Las consecuencias de esta pandemia apenas empiezan a vislumbrarse en el horizonte. Este 2020 dará para años de análisis, ensayos académicos y doctorados (a lo mejor me animo, por fin). Nosotros, ingenieros, tecnológicos, digitales, hiperconectados y frikis, estábamos preparados para no salir de casa. Este mundo, no.