La cama de Procusto

Hace unos días me topé con un artículo que alguien compartió (o comentó) en Facebook sobre los malos jefes que “castran” a sus colaboradores, evitando que cualquiera con posibilidades de sobresalir siga creciendo en la empresa.  Para ilustrar la reflexión, el artículo hablaba de una historia de la mitología griega sobre un posadero, llamado Procusto, que cortaba la cabeza y las piernas de los huéspedes cuyos pies sobresalían de la cama asignada; o descoyuntaba las extremidades de aquellos que tenían una longitud inferior.

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Debo reconocer que no leí el articulo entero. Hice una lectura “en diagonal” que viene a ser lo mismo que leer el primer párrafo (lo aquí descrito) y luego saltar a otra cosa diferente, que soy muy de leer sólo titulares y entradillas. Tampoco recuerdo quién compartía el texto.  Y por ambas cuestiones pido disculpas porque nos ahorraríamos muchísimo tiempo ya que simplemente compartiría el enlace.

El mito de Procusto me fascinó.  No lo conocía.  La mitología griega está llena de historias que describen la condición humana a la perfección.  Más allá de la introducción sobre Procusto en un contexto de la empresa, su proceder me hizo pensar en la era “procusta” que estamos viviendo: esta era de redes sociales donde no tiene cabida el que piensa diferente.  Aquel que se atreva a ir contracorriente puede quedar condenado al ostracismo, pasiva o activamente, con la opción silenciosa del “unfollow” o con la técnica del acoso y derribo.

Aclaración: una cosa es tener una opinión diferente y expresarla con total respeto… y otra muy distinta es promover un discurso del odio y la intolerancia.  Lo primero es defendible, lo segundo es denunciable.

Las redes sociales nos han unido, pero al mismo tiempo nos han aislado.  Son tantas personas hablando al mismo tiempo que muchas veces parece que nadie escucha (o que sólo escucha su propio eco). Estamos más interesados en contar nuestra película -o escucharla en boca de otros- que en conocer la versión de los demás. De ahí que la estrategia de comunicación imperante entre muchos personajes públicos esté basada en transmitir mensajes cada vez más simples y cada vez más extremos: directo al grano y haciendo ruido.  Sólo hace falta ver cómo se desarrollan las campañas políticas actuales.

Nos hemos instalado en una sociedad cada vez más abierta y con opiniones más diversas, pero al mismo tiempo cada vez más intolerante. Me explico: aquellos que son diferentes pueden expresar su diferencia con total libertad … pero sólo en la seguridad de un grupo que piensa como ellos.  En el momento en el que un individuo da el salto y desea celebrar su diferencia en un entorno diferente, e incluso beligerante, se lo comerán vivo: sufrirá el linchamiento colectivo, víctima de un acoso absurdo y digno de un capítulo de Black Mirror.

Dicho en el contexto de este post: todo irá bien mientras el forastero en búsqueda de posada no se tope con la regentada por Procusto.  Desde mi punto de vista, estamos presenciando el fortalecimiento de un discurso que, escudándose en la protección del propio grupo, rechaza todo aquello que ponga su estado de bienestar en juego, incluso cuando el riesgo es sólo imaginario.

Presenciamos el resurgir del líder procustoniano, políticamente incorrecto, que se enorgullece de romper la espiral del silencio, que se queja abiertamente de los vecinos que no le gustan, prometiendo mano dura y una respuesta rápida y contundente.  También es un líder que conecta con su público a través de mensajes directos y radicales.  Un público que piensa igual que él y en el que no hay cabida para matices ni ideas diferentes.  Un líder que se rodea de gente que comparte sus ideas. Su «núcleo duro», los que piensan como él… de lo contrario, ya se encargará este Procusto moderno de aplicar su particular medida de cama perfecta para que así sea: las voces disidentes son aparatadas de sus cargos, quedan fuera del círculo de confianza.

Los que piensan y actúan de forma diferente son considerados el enemigo.  O conmigo o contra mí. Si tus ideas no encajan a la perfección con las mías, ya me encargaré de cortarte la cabeza y los pies para que encajes; o de presionarte hasta el extremo para que mueras en el intento de defender aquello en lo que crees.  Lo de la diversidad y la diferencia sólo está bien cuando coincide con sus intereses (personales, políticos y/o económicos).

Entretanto, aquellos cuyo objetivo es conciliar posiciones diferentes, que escuchan las opiniones contrarias, que negocian y que buscan el consenso son tildados de cobardes, faltos de criterio y de carisma, o veletas que se mueven según el viento que convenga.  La actitud de diálogo se ve como una demostración de debilidad. Quien está dispuesto a ceder y buscar una ganancia compartida es un traidor.

Estamos contemplando el resurgimiento de los guetos, no sólo sociales sino también digitales. Con el matiz de que estos nuevos guetos no tienen límites geográficos, sino ideológicos: personas que se relacionan sólo con aquellos que piensan igual que ellos. Como diría Winston Churchill: fanáticos incapaces de cambiar de opinión y que tampoco quieren cambiar de tema.

Vivimos en burbujas de aislamiento, en las que cientos o miles de personas dan vueltas en un círculo vicioso en el que todos se auto-refuerzan sus ideas, que cada vez se hacen más extremas. No hay espacio para las medias tintas. Las noticias han cedido el paso a las opiniones; y nos han borrado la línea que antes diferenciaba los medios de comunicación de los medios de información. Donde los enemigos proliferan, siempre externos, aumentando el tamaño de las otras burbujas que flotan a nuestro alrededor y poniendo en peligro la propia.

Es mucho más fácil señalar al de afuera como la causa de todos nuestros males, antes que reconocer nuestros propios demonios…  Porque la realidad era que Procusto tenía dos camas: una exageradamente grande y otra exageradamente pequeña, para que ninguno de los huéspedes que pisaban su posada pudiesen encajar perfectamente en ellas. Sólo buscaba una excusa para aniquilar a todos los que no eran como él.